domingo, enero 08, 2006

Berlin me pone...

Son las seis y cuarenta de la tarde. Yo me llamo, o mejor dicho, me llaman “Mantis”. Gemo anda con no sé qué preparativos y lo sustituyo hoy. De fondo, vamos a estar escuchando un grupo que ya no lo es más: Noir Desire. Un cantante de grandiosos ideales y compositor de las más agudas letras al otro lado del cruasán, paradigma de muchos jóvenes antisistema, que acabó matando a su compañera sentimental durante una discusión. Ahora quizás continúe escribiendo canciones desde la cárcel. Por si no lo habéis entendido todavía, esta no es una emisión normal.

Cómo os va? Ei tú, el que escucha, estudias o trabajas?, jodes mucho o te haces pajas?, en el campo coges flores o perviertes a menores?... no, me parece que tú no escuchas a Albert Pla. Mejor lo dejamos, vuelve con los jesuítas o te cuelgas a las faldas de mamá, capullo.

Hace ya bastante tiempo que vine a Berlin, quedé cautivada por una noticia. Una joven artista de 24 años se suicidó lanzándose desde el Tacheles, unos antiguos almacenes del Este abandonados y que un grupo de artistas habían ocupado. Los peatones creyeron que el cuerpo estampado contra el pavimento era una performance y los turistas empezaron a hacer fotos, hasta que vino la policia. Me dije, vaya, una ciudad donde la desgracia es arte, ese es mi lugar. Y aquí estoy.

Hoy los micrófonos estarán cerrados. La sociabilidad se la dejamos a Gemo, a ver si encuentra algún monte de venus dispuesto a albergar su triste abeto (creo que sólo utiliza esa parte de su cuerpo una vez al año, cuando visita algún prostíbulo, y acostumbra a ser por Navidad). A mí no me va eso de que los demás me expliquen sus penas, que pollas, ya tengo yo bastante con las mías. Cada cual que cargue con sus historias, y si las quieren compartir, que paguen, el socialismo no ha pasado nunca de ser una utopía.

Debo reconocer mi envidia por esta ciudad. Aquí, se cae el muro, el huracán inmobiliario empieza a causar estragos, cambian los semáforos tan típicos del Este por los convencionales occidentales y se crea todo un movimiento de conservación que convierte al hombrecito rojo del sombrero en símbolo turístico por excelencia. En cambio, en Barcelona, cierran uno de los pocos cines que consevaban el encanto de la sesión continua y nadie mueve un dedo para evitarlo (cines Maldà, descansen en paz, te asesinó la especulación, una víctima más ). Él último ejemplo de solidaridad nostálgica en la ciudad del oso sin madroño es el Palast der Republik, edificio que alojaba el parlamento de la extinta RDA. Enfermo en su estructura, en los últimos años se había decidido demolerlo y reconstruir el antiguo palacio Real de los Hohenzollern. La polémica estaba servida. Por un lado los conservacionistas y por el otro los políticos deseosos de transformar el centro turístico en un gran escaparate homogéneo. La última actividad hasta el momento se llamó Fraktale, y, entre otros motivos, pretendía hacer reflexionar sobre la muerte. Sí, parece que esta ciudad tiene cierta obsesión con ese tema, aunque no es de extrañar: dos guerras mundiales, la muerte de varios millones de untermenschen (infrahumanos, todo aquel que no era ario, desde judíos hasta gitanos, pasando por comunistas) en su conciencia, cientos de miles de mujeres violadas por el ejército ruso durante el asalto a la ciudad en 1945, otros cientos de miles violadas por el ejército alemán al principio de la guerra en los territorios del Este y Rusia, miles de muertos intentando cruzar el muro durante la guerra fría, cuerpos de comunistas arrojados a los canales de la ciudad después de ser torturados, como Rosa Luxemburgo, por ejemplo; en fin, para qué seguir.

Ah, pero Berlin es mucho más, con sus bares de la amistad (no pongo la palabra en alemán por ser impronunciable) donde puedes encontrarte a Heidi convertida en cincuentona pero con el mismo vestidito que en la serie, acariciando a un caniche mientras habla con la versión alemana de uno de los YMCA, rodeada de dos drag-queens, tres góticos directamente salidos de una intensa sesión de maquillaje, tres lesbianas, cinco pijitas universitarias, y un extraño individuo cercano a los sesenta, con gafas de culo de botella y con todo el aspecto de ser cliente habitual del sex-shop de la esquina (cuya fachada, por cierto, está adornada con las pintadas antisexistas de todos los grupos feministas de la zona). Y hay todavía muchísimo más, pero para saberlo, mejor das alivio a esas nalgas que empiezan a confundirse con el sofá y las descubrís in-sito. Tanta globalización, tanto billete barato y tanta mierda para quedarse delante del ordenador descargando películas porno o intentar en vano descubrir a la media naranja a través de jodidos chats. Allá vuestras conciencias, que yo no soy la Madre Teresa de Calcuta.

Me voy, pero las futuras fieles seguidoras y los adictos a las ondas pueden dormir tranquilos, la próxima vez estará Gemo, deleitando vuestras delicadas almas con altos pensamientos y bajos vientres reprimidos. No tengo nada en contra de hacer de las experiencias de los demás una realidad, pero sigo pensando que para conocer, nada mejor que hundirse en la mierda una misma, y entonces, opinar.

Auf wiedersehen, me llevo mi esquizofrenia a otra parte.

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