viernes, noviembre 11, 2005

Sólo para muy adictos y adictas a las ondas

Buenos días por la noche, radiolololaileantes!!!


Cuaderno de Bitácora, emisión cuarta de la nueva religiosa etapa en ese via crucis que son las andaduras y desandaduras de Radio Radiola.


En el año uno de la nueva era radiolera hacemos inventarios del bestiario particular, de las aparaciones fatimenses y de las desapariciones. Para empezar, es un honor inscribir con letras doradas en nuestro particular hit de beatificaciones a un reportero que se mueve en el oscuro e infinito mundo de internet, muchos lo conocen como Saint Malò, otros no lo conocen, pero la fama no es su objetivo. Ha conseguido superar las intrincadas pruebas que permiten alcanzar la santidad de las ondas, a saber: paciencia (para leer nuestras letanías), perspicacia (para descifrar las elucubraciones laberínticas y participar con sus opiniones) y marginación social (para caminar por la cuneta de lo que nos marcan las autopistas del comportamiento). Como bienvenida os ofrezco su última reflexión: ¿qué hubiese pasado si Hitler, en vez de a un concierto de una obra de Wagner, hubiera acabado en algo más parecido a un show de Madonna? Porque, claro, ya decía Woody Allen que después de escuchar media hora seguida a Wagner le entraban ganas de invadir Polonia...


En fin, pasamos al apartado de desapariciones. Entre nuestros acérrimos seguidores figuraba (muy a nuestro pesar el uso del pretérito es más que correcto) una estrella del submundo de la supervivencia, el Gran Pibito, así, con mayúsculas, como el Gran Gatsby, o el Fary. Por desgracia, desde hace unos meses no da señales de vida. Las últimas noticias que llegaron a la sacrosanta emisora hablaban de un viaje a Ibiza... a partir de ahí las especulaciones se dispararon:


a) que sí había conocido a una go-go cansada de las fiestas y de las drogas de diseño y juntos se habían escapado a Martinica para vivir en una cabaña construída en la copa de un palmera


b) que había dejado de lado sus ideales marginatorios para con la sociedad, sucumbiendo a la llamada de los placeres terrenales capitalistas y regentaba un local de streap-tease (masculino y femenino) con casino incluído


c) que fue abducido por unos extraterrestres y ahora anda boicoteando a los republicanos en la Casa Blanca porque los marcianos lo devolvieron a la tierra transformado en la Condolezza esa, la del arroz en inglés.


De todas formas, como no hay lobatón que valga, estés donde estés, nuestros lubricosos pensamientos te acompañarán desde el universo herziano.




Y ahora, el plato fuerte de la noche:


Tachán...queridos y queridas lo que seáis, reconozco que todo fiel seguidor de una doctrina debe tener alguna imagen, algún icono que idolatrar. Nosotros somos más partidarios del modelo islámico, donde no se permite la representación del profeta o de Alá (vale vale, la verdad, lo que pasa es que el Dios Radiola es tan poco fotogénico que tampoco vamos a ir asustando al personal) así que aquellos o aquellas que necesiten estámpitas para adorar, enmarcar con bombillitas y rodear de perejiles o arbustos varios... San Soldado Instrúyete, mártir de los perdedores (era del bando republicano, de los que no ganaron vamos), protector de los oftalmólogos y pío redentor de las pobres nuevas generaciones embebidas de televisión y huérfanas de libros.


Aprovechando la aparición de esta nueva iconografía que deberá marcar un antes y un después en la concepción mariana del mundo eclesiástico, os ofrecemos, también en exclusiva, nuestro primer mandamiento:


Las palabras escritas no son Dios, tu tienes la virtud de la decisión”


Y que mejor manera para ilustrar tamaña revelación que una didáctica parábola (me encanta jugar a ser dios con los juguetes de los demás).


“Hace algunos años, una joven encarnaba modélicamente todo aquello que unos padres esperan de su descendencia: era guapa, trabajadora, inteligente, estaba cursando el segundo año de telecomunicaciones, tenía un trabajo de media jornada en una cadena de cómidas rápidas para poder costearse los estudios, no tenía novio pero sí muchas amistades, que la apreciaban enormemente. Un día, en un bar del centro, haciendo tiempo hasta que empezase su turno de trabajo, vió que estaba sentado en la mesa de enfrente un joven andrajoso pero con cierto atractivo, entre sus manos tenía un libro, pero de vez en cuando una mirada furtiva se cruzaba entre ambos. De repente, el joven se acercó a ella, y sin más presentaciones le preguntó a bocajarro si conocía a Cesare Pavese. Ella, sorprendida por semejante acercamiento, le respondío que sí, algo había leído. Conoces estos versos, le preguntó él: “verrà la morte e avrà e tuoi occhi”. No, me parece que no, casi balbuceó, todavía intentando descubrir si era uno de esos pesados italianos a la caza de la joven virgen para su altar de presas extranjeras o si se escondía un príncipe bajo los harapos. Perdona, no quería molestarte, pero estaba leyendo este verso cuando levanté la vista y ví tu mirada, creí que realmente me moría, una especie de rayo me traspasó y supongo que la descarga eléctrica me hizo levantarme... ufff, te pareceré el típico gilipoyas que utiliza un truco cualquiera para ligar.. lo siento. Y sin decir nada más se volvió a su mesa. Aún sin saber cómo, ella se dió cuenta que era realmente un libro de poemas de Pavese lo que el tipo estaba leyendo, y casi sin tiempo para la reflexión cogió la taza de café y se sentó a su lado. Aquel fue el primer encuentro de una larga serie. Lo que en un principio se presentó como un cuento de hadas pronto adquirió tintes de tragedia. El joven lector era un apasionado de los libros, la poesía no era lo que más le gustaba, sin embargo, el tomo de poemas de Pavese era de un compañero de piso que le había pedido si podía devolverlo a la biblioteca. Estaba más interesado en los autores de la generación beat. Había empezado a estudiar filosofia en la universidad un año antes, y para él Kerouac y compañía eran como dioses. Un día, cansado de la porquería que tenía que presenciar a diario en su vida cotidiana, le sugerió a la chica (ahora ya eran novios, por llamarlos de alguna manera) que debían romper con sus anteriores vidas para poder alcanzar el perfecto conocimiento de su esencia más pura e intima. Conocía un libro, “El almuerzo desnudo” de William Burroughs, que les serviría de guía en su viaje a través de las puertas de la conciencia. Cegada por el amor, o incapaz de darse cuenta de dónde estaban los límites de esas “puertas”, o quizás seducida por unas palabras que la transportaban a otra realidad, accedió. Aquello fue el principio del fin. Si ella hubiese leído la Divina Comedia de Dante, entendería perfectamente hacia donde se dirigía. Empezaron probando todo tipo de drogas, asistiendo a fiestas y raves, siguiendo las pautas que marcaba la novela, pero cuando no tuvieron más dinero (la habían echado del trabajo el día que se puso a vomitar en los refrescos que servía, después de una sesión de ácidos varios), ya estaban demasiado enganchados para volver atrás. El era un vividor, así que intentó convencenrla para que se prostituyera. Aquí pesó más el mono que las palabras de su compañero. El recorrido por el maravilloso mundo de la “percepción” terminó cuando en una de las fiestas en las que se habían colado en la zona alta de la ciudad una sobredosis acabó con la vida de la chica”


Moraleja: puedes leer a Burroughs como una guía para la autodestrucción en su versión estética pero eficaz o darte cuenta de que no es ningún libro de autoayuda o bricolaje vital, sino pura invención literaria.


Hermanos y hermanas de sufrimiento, gracias por haber llegado hasta este punto en nuestra humilde y maratoniana emisión. Todos tenemos un destino, que nos iguala, que nos ha llevado a autodenominarnos mortales, pero para cada uno, ese final de trayecto es diferente. Como ya os dije, aquí no encontrarareis respuestas, pero si posibilidades, alternativas, presunciones, muchos quizás y todavía más vaya usted a saber. En concepto de premio por vuestra perseverancia, aquí tenéis una joya, a juego con el talante de la emisión de hoy, cuyo autor, es, cómo no, Cesare Pavese, que cómo no, también, optó por llegar antes al final de esta carrera de obstáculos que es la vida:


Uno no se suicida por amor a una mujer. Uno se suicida porque el amor nos muestra en nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestra vulnerabilidad, nuestra insignificancia.”



No hay comentarios: